La copa también cuenta: por qué un sommelier no puede (ni quiere) vivir sin copas de cristal

Hay un momento mágico (y bastante nerd, admitámoslo) en la vida de todo sommelier: cuando descubre que una copa de cristal puede cambiar por completo la experiencia de un vino. No estamos hablando de esnobismo, sino de pura física, química… y un poco de romanticismo. Porque sí, hay algo profundamente seductor en ver cómo gira un Malbec en una copa delgada, cómo se abre un Pinot en una burbuja de cristal fino o cómo el Cabernet te mira desde una tulipa como diciendo: “¿Listo para este viaje?”.

Las copas de cristal no son un capricho, son herramientas de precisión. A diferencia del vidrio común, el cristal tiene una estructura más delgada y porosa que permite que los aromas se expresen con mayor claridad. Y para quienes trabajan con el vino —catando, sirviendo, comunicando— eso es oro líquido. ¿Querés oler bien ese Sauvignon Blanc del Valle de Uco? Mejor que lo hagas en una copa que no huela a detergente barato y no tenga bordes gruesos como un vaso de vidrio.

Además, el tipo de copa define el juego. No es lo mismo una copa borgoña, bien ancha y baja, ideal para varietales delicados, que una tipo flauta, que potencia burbujas pero mata aromas. Y ahí está la gracia del sommelier: en elegir el escenario perfecto para que el vino actúe como estrella. Porque no alcanza con saber de terroir o crianza; también hay que entender de formas, diámetros y alturas.

Claro, también está el detrás de escena: el lavado meticuloso, el secado con paño sin pelusa (nivel TOC) y el eterno miedo a que alguien agarre una Zalto como si fuera un vaso de agua. Las copas de cristal son frágiles, sí, pero lo que ofrecen a cambio es una experiencia sensorial elevada. Son la guitarra del músico, la cámara del fotógrafo. Y como todo instrumento, hay que cuidarlo, conocerlo y respetarlo.

Así que la próxima vez que veas a un sommelier acariciando una copa antes de servir un vino, no lo juzgues. No está actuando. Está orquestando una sinfonía de aromas, sabores y texturas. Porque en este mundo de etiquetas, corchos y decantadores, la copa también tiene su protagonismo. Y si es de cristal, mucho mejor.

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